Crisis de los museos de arte valencianos, por Víctor Mínguez

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Entre las 6 y las 7 de la madrugada del 17 de abril de 2014, una cornisa del Museo San Pío V de Valencia cayó junto a la entrada de visitantes. Este hecho no fue una anécdota, sino un síntoma más del declive que los grandes museos de la Comunidad Valenciana han experimentado durante la última década. Lo cierto es que el antiguo Colegio Seminario San Pío V, construido entre los siglos XVII y XVIII, y Museo de Bellas Artes desde 1946, ofrece hoy en día un estado de conservación lamentable, pese a ser un Museo estatal -aunque gestionado por la administración autonómica. Pese a que los políticos valencianos siempre que tienen ocasión proclaman que se trata de la segunda pinacoteca en importancia de España, retrasos provocados por conflictos entre las administraciones central, autonómica y local, incompetencias reiteradas y carencia de una verdadera conciencia de su trascendencia cultural, han provocado  su imparable deterioro y decadencia. La quinta fase de ampliación del Museo ha empezado hace unos meses después de años de retrasos, y envuelta en la polémica y en la falta de recursos. Y el declive del Museo San Pío V no es un hecho aislado: la ciudad de Valencia cuenta con otro museo de rango estatal, el Museo de Cerámica y Artes Suntuarias González Martí, creado el 7 de febrero de 1947 y ubicado desde el año 1954 en el Palacio Marqués de Dos Aguas. Pese a contar, a diferencia del primero, con una dirección profesional, sufre una progresiva falta de recursos, personal e inversiones, que han ocasionado el cierre de diversas salas a los visitantes.

Vivimos en un país, España, cuyo volumen del patrimonio artístico pocas naciones poseen. La sucesión y mestizaje de civilizaciones, culturas y corrientes artísticas nos ha proporcionado un inmenso tesoro artístico. Sin embargo, a veces la gran magnitud de este legado se convierte en un problema: no somos capaces de mantenerlo, incluso parece que en ocasiones, dado que tenemos tanto, tampoco nos preocupan las pérdidas. Aunque muchas obras de arte –otras muchas no- estén actualmente dentro de museos, esto no garantiza ni su conservación, ni su correcta catalogación, ni su estudio, ni su difusión. Y paralelamente vemos como en estos últimos quince años han aflorado museos –contenedores en realidad- por doquier, en las ciudades y pueblos de este país, muchas veces sin colección, sin un objetivo claro, sin ningún interés científico ni utilitario, fruto de iniciativas políticas que solo buscan, en el mejor de los casos, la promoción o prestigio de una localidad, o en el peor de los casos desviar dinero público para intereses particulares. A finales del siglo XX y en los inicios del XXI la estupidez, la instrumentalización política, el despilfarro, el localismo y la falta de criterios científicos y de planificación son la norma.

Esta contradicción es particularmente sangrante en las tierras valencianas, como tantas cosas que hemos visto suceder con estupor en las últimas dos décadas. El primer intento de catalogación de los museos valencianos lo emprendió Elías Tormo, que publicó su guía Valencia: los Museos (Centro de Estudios Históricos, 1932). Tras la Guerra Civil y la Dictadura, las competencias en la creación y gestión de los museos fueron transferidas del Gobierno de la Nación al autonómico entre 1979 y 1989. En el año 1991, y siendo presidente de la Generalitat Valenciana el socialista Joan Lerma, se publicó la Guía de Museos de la Comunidad Valenciana, un estimable esfuerzo de síntesis y primer paso para establecer un Registro General de Museos de la Comunidad.

En el prólogo Evangelina Rodríguez ya hablaba de bulimia museística –y no imaginaba lo que vendría después- fruto de la descoordinación. En el año 1995 Eduardo Zaplana alcanzó la Generalitat. El gobierno popular puso en marcha iniciativas interesantes, como la creación de la Fundación la Luz de las Imágenes y el Consorcio de Museos de la Generalitat Valenciana –otras como la Bienal de Valencia fracasaron-, pero fue incapaz de gestionar adecuadamente la riqueza museística del territorio, y la falta de criterios científicos, el oportunismo y el despilfarro se han impuesto durante años. El partido socialista, acomplejado por el tremendo error original que supuso la agresiva restauración del Teatro de Sagunto, ha sido incapaz de hacer una oposición adecuada en el ámbito cultural.

Museos como el IVAM o el MUVIM, que nacieron como propuestas novedosas y de calidad, y que alcanzaron en sus primeros años un gran prestigio internacional, se han visto mezclados en lamentables polémicas mientras su programación se empobrecía cada año. La corrupción, e incluso la censura política, han desplazado a la obra de arte como noticia. El Instituto Valenciano de Arte Moderno, inaugurado en 1989, ha apostado durante estos últimos años por proyectos expositivos de dudoso interés artístico y ninguna modernidad que en varios casos han rozado el ridículo, mientras que el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad, inaugurado en el año 2001, es actualmente un referente internacional de la censura política, denigrando su hermoso nombre y el sugestivo proyecto inicial.

Es necesario más que nunca entregar la dirección de los museos valencianos a los profesionales, a historiadores del arte con un sólido curriculum investigador, devolverles la autonomía en la gestión evitando injerencias políticas, y dotarles de medios económicos y recursos humanos para devolver a la oferta museística de la Comunidad Valenciana el prestigio que nunca debió perder.

Víctor Mínguez.

Catedrático de Historia del Arte de la Universitat Jaume I.

Diario Mediterráneo, domingo 13 de julio del 2014.