Cultura dirigida, por Joan Feliu

Nos estamos acostumbrando a que en nombre de una ética o de un juicio estético particular se cercene y coarte la libertad de la expresión artística, de la libre expresión, y lo que es peor, a que se nos diga qué podemos ver y qué no, fomentando el acritismo. No nos equivoquemos, es la limitación y la precariedad intelectual de quien manda la que provoca el autoritarismo. La cultura sirve para despertar conciencias, crear sentido crítico, no para salir en la prensa por llenar aforos.

El pasado septiembre tuve la oportunidad de codirigir Marte, una feria internacional de arte contemporáneo en Castellón, que no se hubiera podido realizar sin el apoyo del Ayuntamiento de la ciudad y la Diputación, entre otros muchos. He de decir que ninguna de las entidades que participaban en la organización tuvo ni siquiera la intención de supervisar la programación, delegada a un grupo de profesionales. Lo curioso es que esta afirmación la he tenido que repetir hasta la saciedad ante la mirada atónita de muchos. Y es que la subordinación de las manifestaciones culturales a los postulados del poder es algo tan grave como habitual.

No obstante, aún hay algo más indignante, y es la manipulación de la cultura, el encumbramiento de ciertas propuestas y la censura de otras, no por obtener un beneficio político, sino por creer (el responsable institucional) que su criterio de selección es el bueno, el único y necesario para el pueblo.

Nos estamos acostumbrando a que en nombre de una ética o de un juicio estético particular se cercene y coarte la libertad de la expresión artística, de la libre expresión, y lo que es peor, a que se nos diga qué podemos ver y qué no, fomentando el acritismo.El ninguneo de los profesionales de la cultura es molesto, pero lo peor es el desprecio hacia la sociedad, a la que se la supone menor de edad e incapaz de escoger qué le gusta y qué no, programando una oferta cultural que responde únicamente a un gusto determinado.

Nos dicen qué no podemos ver por una cuestión de moralidad retrógrada, como si no existieran otros modos de vivir o de pensar, y aún más, qué no debemos ver porque no gusta estéticamente a quien tiene el poder, como si el nulo bagaje cultural que se le exige a un político le otorgara la venia para decidir sobre nuestra manera de sentir, sobre cuáles deben ser nuestros gustos.

No nos equivoquemos, es la limitación y la precariedad intelectual de quien manda la que provoca el autoritarismo. La cultura sirve para despertar conciencias, crear sentido crítico, no para salir en la prensa por llenar aforos. La distorsión de la función de la política, servir a los intereses de todos, embrutece cualquier atisbo de evolución social, y la vigilancia del arte desde posiciones de influencia y privilegio sólo nos lleva a la ceguera intelectual.

Joan Feliu. Universitat Jaume I.

12 de marzo del 2015

Yo, a usted, lo veo desnudo, por Joan Feliu

Hace muchos años vivía un emperador al que le gustaba aparentar. Un día, se presentaron en palacio dos tejedores. Dijeron que iban a confeccionar un traje con la tela más fina que existía y le hicieron creer que toda la ropa que hicieran con esa tela sólo podrían verla las buenas personas. Para todos los que fuesen unos incultos la ropa sería invisible.

Cuando el primer ministro entró en la habitación para ver cómo iba el traje del emperador, pensó: “¡No veo nada!“, pero, claro, no podía decirlo por si pensaban que era un ignorante y cuando llegó a Palacio le contó al emperador lo bonito que era el traje. El rey envió a otra persona del reino para que le diera otra opinión, y pasó lo mismo una y otra vez.

El emperador salió desnudo al desfile, pues tampoco él se atrevió a confesar que no veía nada, y sólo cuando una niña lo señaló diciendo que no llevaba nada, se dio cuenta del engaño. ¿Qué hizo? El emperador pensó que tenía que aguantar hasta que acabase todo el desfile. Y siguió adelante más estirado que nunca.

Con parte del arte contemporáneo ha pasado algo semejante. Cuanto más exclusivo es el cliente más está dispuesto a invertir, con lo que las obras se alejan del gran público en una estrategia calculada de mercado. La gente dice que no entiende el arte contemporáneo, y el mercado potencia esa falta de entendimiento premeditadamente.

Joan Feliu, Universitat Jaume I

10 de enero del 2015